jueves, 2 de octubre de 2014

Gradas Abajo, de Alberto Esquivel, y sin freno en la caída

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Caligrafías. Pleriódico
caligrafias.boletin@gmail.com
Cali. Colombia
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Gradas Abajo, de Alberto Esquivel, y sin freno en la caída

Reseña

Por Luis Alberto Díaz Martínez * 


En literatura, y en general en todo producto editorial de nuestro tiempo, la carátula del libro cumple un papel decisivo, y no propiamente decorativo o de fachada, porque su naturaleza simbólica y comunicativa la convierten en la primera y/o la última vuelta de tuerca del contenido, y quizás la que más aprieta y por ende la que sintetiza y refuerza la intención final del texto y del autor. Tal es el caso de este libro de cuentos, cuyo diseño gráfico de Laura Marcela Rodríguez propone diez gradas en descenso, en el marco de un sector de la tabla periódica de los elementos químicos coloreado de verde y azul vida, debidamente delineadas con resalte de negro luctuoso y al final con rojo desangrado que caen en el blanco nada, y todo sobre un fondo grisáceo del ladrillo a la vista en una pared de claustro escolar, componentes que hablan muy a las claras de cuanto sucederá tan pronto se levante la tapa de este volumen y se acceda a su interior.

Sí, Gradas Abajo. Los cuentos del colegio, el recién publicado libro del autor caleño Alberto Esquivel, es el descenso descarnado, cruento y devastador, en un tramo de diez relatos (alternándose un texto extenso con otro corto, rellano a rellano y escalón por escalón), que testimonia la degradación arrasadora e incontenible experimentada por adolescentes y jóvenes, hombres y mujeres, de las nuevas generaciones de estudiantes colegiales de distinta procedencia en un ámbito a todas luces caleño pero global en últimas, siempre a merced de los vaivenes y las presiones sociales de sus mayores, quienes con su carencia de acompañamiento y comunicación filial, abandono o indiferencia y exigencias implacables los despojan de identidad y consciencia de vida y humanidad propias, auténticas, y en cambio les exigen enfrentar día a día las leyes de la selva de cemento, a como caiga, empujándolos hasta la rebeldía sin causa, la anarquía, la evasión y la violencia criminal: el caos, en suma.

Desde su primer cuento Gradas abajo, que le da el título al libro, estructurado a la manera clásica del narrador en tercera persona que relata el episodio de un empujón en una escalera, intrascendente en apariencia pero cargado de sombras ominosas como todo asomo de matoneo o bulling, y en el que aparecen algunos de los pocos personajes identificables que harán de las suyas más adelante, se desencadena la caída como bola de nieve en una prematura cuesta abajo del tango aquel, vertiginosa, creciente e irrefrenable, que todo lo arrasa a su paso, de los integrantes más temerarios y a la deriva de las nuevas generaciones de estudiantes adolescentes, sin duda desposeídos de un anclaje familiar esclarecedor pero dotados con todo el poder que significa sentirse capaces de acabar literalmente con cuanto les rodea, empezando por ellos mismos.

Luego, a la manera de un lenitivo, sigue La excusa, cuento corto y testimonial de tipo inocente y venial que airea la primera impresión de la avalancha que se avecina, y en esa alternancia van sucediéndose, y casi que en caída libre junto a los otros breves: Desconcierto, No hace nada y Exámenes finales; los cuales a su vez se entrecruzan con: Frontera invisible, Cumpleaños, Familia es familia, El día de la requisa y Miguelito historia, narraciones extensas y acesantes en primera persona, que identifican ámbitos y circunstancias muy próximas a nuestras idiosincrasias locales y regionales, pero sobre todo convertidas en exploraciones de contundentes retahílas y letanías a la vez en las que campean el parlache, la jerigonza y una profusión de lengua oral hábilmente transcrita y hasta con los forcejeos de una sintaxis descoyuntada para recrear la desazón de ese mundo penumbroso y asfixiante en el que se reproduce la urgencia de sentirse y creerse más que los demás a toda costa, de imponer la ley del más fuerte pasando por encima de quien sea, y todo con el único fin de conseguir a como dé lugar el dinero y las cosas que permiten la ilusoria alegría y seguridad de los paraísos artificiales o las zonas de confort contemporáneos. Y sin duda, en medio de tanta orfandad, así les tocó aprender a responder a su manera las exigencias de ser alguien, de ganar reconocimiento, de hacerse notar, a las mismas necesidades que los artífices de la sociedad del consumo y del entretenimiento no dejan de pregonar todo el tiempo desde la más temprana infancia, porque lo único que importa o vale la pena y justifica la existencia es comprar las marcas de la comodidad de ser “ricos, bellos y famosos”, lo mismo que alcanzar el estatus y los estilos de vida para estar al nivel de las buenas conciencias que todo lo predican y todo lo pueden.

Y claro, como en cada obra de arte, al final importa siempre más lo que no se ve, lo que no se dice o no se oye, es decir el conjunto de latencias, aquello no expresado que subyace a todo lo visible y audible, pero que le permite a cada quien lector/espectador hacer su lectura particular, vivencial y existencial. Allí están los sutiles vasos comunicantes que enlazan la realidad literaria con la verdadera, en la que el Estado no aparece por ninguna parte como no sea para reprimir o imponer la fuerza de una supuesta autoridad; al igual que los padres, maestros y mayores solo emergen como convidados de piedra, si bien en ellos reside, y para cada quien a su modo, la chispa original de los descendientes o los que siguen, porque tampoco se trata de una constancia notarial o de un estudio sociológico.

* Escritor, editor y comunicador independiente.
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Editor Luis Alberto Díaz Martínez
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