Caligrafías. Pleriódico
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Cali. Colombia
.Gradas Abajo, de Alberto Esquivel, y sin freno en la caída
Reseña
Por Luis Alberto Díaz Martínez *
En
literatura, y en general en todo producto editorial de nuestro tiempo, la
carátula del libro cumple un papel decisivo, y no propiamente decorativo o de
fachada, porque su naturaleza simbólica y comunicativa la convierten en la
primera y/o la última vuelta de tuerca del contenido, y quizás la que más
aprieta y por ende la que sintetiza y refuerza la intención final del texto y
del autor. Tal es el caso de este libro de cuentos, cuyo diseño gráfico de
Laura Marcela Rodríguez propone diez gradas en descenso, en el marco de un
sector de la tabla periódica de los elementos químicos coloreado de verde y
azul vida, debidamente delineadas con resalte de negro luctuoso y al final con
rojo desangrado que caen en el blanco nada, y todo sobre un fondo grisáceo del
ladrillo a la vista en una pared de claustro escolar, componentes que hablan
muy a las claras de cuanto sucederá tan pronto se levante la tapa de este
volumen y se acceda a su interior.
Sí,
Gradas Abajo. Los cuentos del colegio, el recién publicado libro del autor
caleño Alberto Esquivel, es el descenso descarnado, cruento y devastador, en un
tramo de diez relatos (alternándose un texto extenso con otro corto, rellano a
rellano y escalón por escalón), que testimonia la degradación arrasadora e
incontenible experimentada por adolescentes y jóvenes, hombres y mujeres, de
las nuevas generaciones de estudiantes colegiales de distinta procedencia en un
ámbito a todas luces caleño pero global en últimas, siempre a merced de los
vaivenes y las presiones sociales de sus mayores, quienes con su carencia de
acompañamiento y comunicación filial, abandono o indiferencia y exigencias
implacables los despojan de identidad y consciencia de vida y humanidad
propias, auténticas, y en cambio les exigen enfrentar día a día las leyes de la
selva de cemento, a como caiga, empujándolos hasta la rebeldía sin causa, la
anarquía, la evasión y la violencia criminal: el caos, en suma.
Desde
su primer cuento Gradas abajo, que le da el título al libro, estructurado a la
manera clásica del narrador en tercera persona que relata el episodio de un empujón
en una escalera, intrascendente en apariencia pero cargado de sombras ominosas
como todo asomo de matoneo o bulling, y en el que aparecen algunos de los pocos
personajes identificables que harán de las suyas más adelante, se desencadena
la caída como bola de nieve en una prematura cuesta abajo del tango aquel,
vertiginosa, creciente e irrefrenable, que todo lo arrasa a su paso, de los
integrantes más temerarios y a la deriva de las nuevas generaciones de
estudiantes adolescentes, sin duda desposeídos de un anclaje familiar
esclarecedor pero dotados con todo el poder que significa sentirse capaces de
acabar literalmente con cuanto les rodea, empezando por ellos mismos.
Luego,
a la manera de un lenitivo, sigue La excusa, cuento corto y testimonial de tipo
inocente y venial que airea la primera impresión de la avalancha que se
avecina, y en esa alternancia van sucediéndose, y casi que en caída libre junto
a los otros breves: Desconcierto, No hace nada y Exámenes finales; los cuales a
su vez se entrecruzan con: Frontera invisible, Cumpleaños, Familia es familia,
El día de la requisa y Miguelito historia, narraciones extensas y acesantes en
primera persona, que identifican ámbitos y circunstancias muy próximas a
nuestras idiosincrasias locales y regionales, pero sobre todo convertidas en
exploraciones de contundentes retahílas y letanías a la vez en las que campean
el parlache, la jerigonza y una profusión de lengua oral hábilmente transcrita
y hasta con los forcejeos de una sintaxis descoyuntada para recrear la desazón
de ese mundo penumbroso y asfixiante en el que se reproduce la urgencia de
sentirse y creerse más que los demás a toda costa, de imponer la ley del más
fuerte pasando por encima de quien sea, y todo con el único fin de conseguir a
como dé lugar el dinero y las cosas que permiten la ilusoria alegría y
seguridad de los paraísos artificiales o las zonas de confort contemporáneos. Y
sin duda, en medio de tanta orfandad, así les tocó aprender a responder a su
manera las exigencias de ser alguien, de ganar reconocimiento, de hacerse
notar, a las mismas necesidades que los artífices de la sociedad del consumo y
del entretenimiento no dejan de pregonar todo el tiempo desde la más temprana
infancia, porque lo único que importa o vale la pena y justifica la existencia
es comprar las marcas de la comodidad de ser “ricos, bellos y famosos”, lo
mismo que alcanzar el estatus y los estilos de vida para estar al nivel de las
buenas conciencias que todo lo predican y todo lo pueden.
Y
claro, como en cada obra de arte, al final importa siempre más lo que no se ve,
lo que no se dice o no se oye, es decir el conjunto de latencias, aquello no
expresado que subyace a todo lo visible y audible, pero que le permite a cada
quien lector/espectador hacer su lectura particular, vivencial y existencial.
Allí están los sutiles vasos comunicantes que enlazan la realidad literaria con
la verdadera, en la que el Estado no aparece por ninguna parte como no sea para
reprimir o imponer la fuerza de una supuesta autoridad; al igual que los
padres, maestros y mayores solo emergen como convidados de piedra, si bien en
ellos reside, y para cada quien a su modo, la chispa original de los
descendientes o los que siguen, porque tampoco se trata de una constancia
notarial o de un estudio sociológico.
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Escritor, editor y comunicador independiente.
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Editor Luis Alberto Díaz Martínez
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